Translate

miércoles, 14 de octubre de 2015

“El otoño y sus colores en Ontario”
Fotos: Taimí Antigua Lorenzo


En el área donde vivo, el noroeste de la provincia de Ontario, en Canadá, sentimos que el verano llega a su fin, no porque empiece un nuevo curso escolar, sino porque la "Madre Natura" funciona como un reloj suizo justo al terminar el mes de agosto. Poco a poco las hojas de los árboles comienzan a caer, la hierba aún crece, pero disminuye su ritmo de crecimiento.

Las pequeñas ramas de los árboles también empiezan a verse sobre el césped cada mañana y los canadienses comenzamos a sacar chaquetas y abrigos ligeros, preferiblemente con gorros pues también las lloviznas son más frecuentes y frías.


El cielo empieza a lucir encapotado, la noche llega un poco antes. Solo los grandes pinos y otras plantas perennes siguen luciendo igual, como si los cambios de estación no las perturbaran.

Los primeros cambios en la coloración de las hojas se notan en la copa de los árboles, que se convierten en todo un espectáculo para los ojos de quienes sabemos distinguir los matices verdes, amarillos, naranjas, ocres y rojos vivos, todos entremezclados.


Luego, poco a poco, las hojas van perdiendo sus pigmentos hasta llegar a su parte inferior y caer lentamente formando un colchón de materia a descomponerse. Muchos árboles quedan en pura madera y son azotados por un crudo invierno que, a veces, les parte las ramas o los destruye completamente.

¿Y a qué se debe este fenómeno?


Las plantas acumulan pigmentos en sus hojas para absorber la luz y con ella la energía necesaria para crecer y sobrevivir a través de la fotosíntesis. Además, en  muchas de ellas también se producen pigmentos para el proceso contrario: protegerse de la radiación solar.


Según los expertos, el color verde se debe a que los árboles acumulan clorofila, un pigmento que se encuentra en el interior de los cloroplastos. Estos son un componente de las células vegetales que participa en el proceso fotosíntesis, donde el dióxido de carbono del aire y el agua del suelo son transformados en azúcares aprovechables por la planta. Gracias a éstos, las plantas pueden crecer y producir oxígeno.

En otoño la clorofila se reabsorbe pues requiere temperaturas cálidas y luz solar. Como en el otoño los días se hacen más cortos, la cantidad de luz disminuye, y por eso la producción de este pigmento también decrece. Por ello, las hojas de las plantas pierden su coloración verdosa.

¿Y por qué vemos hojas anaranjadas y rojas?

Porque además de la clorofila, las hojas tienen unos pigmentos conocidos como carotenoides y flavonoides, que pueden darle sus colores amarillos, naranjas y rojos. Entre ellos destacan los beta-carotenos, la luteína  y el licopeno, sí, ese mismo: ¡el que le da el color rojo a los tomates y pimientos morrones!


Los colores de estos pigmentos suelen pasar desapercibidos en las hojas porque la clorofila los enmascara durante el verano. Cuando llega el otoño, tanto las clorofilas como los carotenoides y flavonoides se degradan, pero los pigmentos verdes lo hacen más rápidamente.

¿Y por qué otras hojas que lucen azules o moradas?


Hay unos flavonoides que se producen en algunas plantas bajo ciertas circunstancias: los antocianinas. Son unos pigmentos que parecen tener función protectora frente a la luz solar y estar implicados en la absorción del excedente de radiación. En ocasiones se producen cuando los días se hacen más cortos y la clorofila ya ha comenzado a degradarse y a absorber la luz solar. Le dan a las hojas colores rojos, morados y azulados.



Todos percibimos el color de las hojas de manera diferente. Se puede decir que el color de las hojas es básicamente una sensación construída por el sistema nervioso cuando traduce la radiación electromagnética que rebota desde las hojas hasta los ojos. Los matices de color dependen de la naturaleza de la radiación y de sus longitudes de onda: dentro de cierto espectro, las longitudes de onda cortas se perciben como colores azules y las más largas como rojizas. 

jueves, 27 de agosto de 2015

Visita a Santa Ana de Beaupré, Québec City

"Visita a Santa Ana de Beaupré, Québec City"

(La iglesia católica más antigua de Norteamérica)

Uno de los paseos más interesantes y hermosos a los que fuimos durante la visita de mi padre a Canadá este verano fue a la Basílica de Santa Ana de Beaupré (en francés: Sainte-Anne-de-Beaupré).
Se trata de una basílica construida junto a la desembocadura del río San Lorenzo, 30 km al este de la ciudad de Québec.



A la misma se le acreditan muchos milagros de curas de enfermedades. Es un importante santuario del catolicismo y cerca de medio millón de peregrinos de todo el mundo la visitan cada año. 

El periodo de mayor número de visitantes es el 26 de julio, el día de la fiesta de la Santa Ana, santa patrona de Québec – y que coincide en Cuba con las celebraciones del ataque al cuartel Moncada en Santiago de Cuba. ¡Vaya casualidad!

La basílica fue inicialmente un templo para homenajear Santa Ana por los primeros europeos que se asentaron en la región, la mayoría de ellos franceses. 

Se construyó por dos razones: para tener un espacio para el culto para los nuevos habitantes del área y para albergar una estatua de Santa Ana.

La primera capilla se construyó en este sitio durante la segunda mitad del siglo XVII en torno a una estatua milagrosa de Santa Ana, la madre de la Virgen María. 
Tanto entre colonos como entre nativos convertidos, este santuario se volvió una meca de peregrinación en torno al cual empezaron a  suceder curas milagrosas. Poco tiempo después se construyó otra iglesia y antes del fin de siglo una tercera versión.

En 1876 Santa Ana se convirtió en la Patrona de Québec y ese mismo año una basílica más grande abrió sus puertas para enseñar las reliquias de Santa Ana enviadas por el Papa de entonces desde el Vaticano. 

Lamentablemente esa iglesia se quemó en 1922 y fue remplazada por la Iglesia de Santa Ana de Beaupré que se levanta hoy, y que data de 1926. Es una preciosa iglesia con hermosos vitrales de colores, mosaicos con escenas religiosas y una imponente estatua tallada en una pieza maciza de roble adornada con diamantes, perlas y rubíes.



Aquí también funciona un museo dedicado a Santa Ana. 



Hay tiendas de souvenirs a su alrededor, así como varios restaurantes y hermosos jardines.